La gran evasión 209: ‘Jeanne Dielman’ (Chantal Akerman, 1975)

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Jeanne Dielman, 23 quai du Commerce, 1080 Bruxelles. Un título largo, extremadamente frío y al mismo tiempo, exacto, preciso, concreto. Lejos de ser enigmático, el título ofrece las más detalladas señas de un personaje a través de su dirección postal completa. Y es por ello que, como todo título que se precie, éste promete lo que vamos a encontrar en el interior de la película de Chantal Akerman de 1975: precisión, detalle, frialdad.

La dilatada extensión del metraje (alrededor de 3 horas y 20 minutos) está más que justificada por la fuerza de sus imágenes. A pesar de que estas contienen acciones cotidianas y banales, como salir del baño, hacer las compras, pelar patatas, o fregar los platos, el ritmo coreográfico de su repetición en las tres jornadas que cuenta esta película tiene algo de obsesivo. Y es que, el trabajo de rodaje de Chantal Akerman es de una precisión absoluta: no sólo por el encuadre y los elementos que podrían adjudicarse a la pericia técnica de la cineasta; sino sobre todo por el dominio de los elementos pro-fílmicos, como el atrezzo, la escenografía, la iluminación, el vestuario, la peluquería, y por encima de todo, el movimiento de los cuerpos de los actores, calculado hasta el más mínimo de detalle, y con magistral resultado en el caso de la protagonista, Delphine Seyrig (quien por cierto, aparece por aquellos mismos años en El año pasado en Marienbad Muriel, de Alain Resnais).

Y al final, tanta belleza duele. La armónica perfección de cada fotograma, también de cada acción de aquella mujer modélica, abnegada madre y eficientísima ama de casa, esconde un doble fondo: el más repugnante drama. Tras las vajillas pintadas a mano y los perros de porcelana de decoración en una cotidianidad ritual que se repite de forma exactamente idéntica en cada jornada, descubrimos la más atroz manifestación de la violencia naturalizada y consentida en la contemporaneidad, cuya repugnancia se asume con pudor y discreción, y hasta con ligereza, en cada imagen compuesta con tan grandísimo rigor formal. El nombre de esta forma de violencia: machismo.

De esta película, la prensa ha dicho que es «la primera obra maestra de lo femenino en la obra del cine». No sé si será una película feminista, pero lo cierto es que suscita una mirada feminista cuando, justo al comienzo de la película, Jeanne abre la puerta de su piso, recoge el abrigo de un hombre, y lo acompaña hasta el fondo de un pasillo, tras cuya última puerta, ambos cuerpos desaparecen en silencio. Cuando la puerta se abre de nuevo y se repite la operación a la inversa, nada sabemos de esos dos cuerpos silenciosos y discretos. ¿Será el marido que se marcha a trabajar, o al café? La precisión de los largos planos fijos de Chantal Akerman, precisos, armoniosos, bellos, hace emerger la verdad más cruda: el hombre saca de su bolsillo una billetera y paga con dinero a Jeanne. ¡Ah! Es «el discreto encanto de la burguesía», como lo llamó Luis Buñuel en su película del mismo nombre, de 1972, y en la cual, por cierto también aparece la actriz Delphine Seyrig. Las declaraciones de Chantal Akerman en la páginas de Cahiers du cinéma son lo suficientemente expresivas:

«Existe una jerarquía de las imágenes, que antepone un accidente de automóvil o un beso a fregar los platos. Y esto no es por casualidad, puesto que relega a la mujer a una posición marginal en la jerarquía social. El trabajo femenino se presenta como opresión».

Sobre estas y otras cuestiones, conversamos en «La gran evasión». Pasen y escuchen.

 

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